domingo, 9 de septiembre de 2012

Susto con el detergente

Hoy es domingo.

Los domingos son días de "descanso" (o eso dicen) y caos. Caos, porque nos permitimos romper la rutina y se produce uno de los acontecimientos que yo considero más peligrosos: Hay más adultos para vigilar a los peques.

Siempre lo digo: Cuanta más gente para cuidar a un niño, más posibilidades de que le pase algo.

El caso es que yo daba el pecho al Cachorrito mientras el Superpapá se afeitaba y Pirañita jugueteaba por la casa.

En esto, oigo al Superpapá retirar de la circulación (y de las manos de Pirañita) algo potencialmente peligroso.

Al momento, gritos, carreras... Bebé que sale volando hacia un lugar razonablemente seguro y Mamá al 100% en la situación de emergencia.

Pirañita estaba en pelotas (nada novedoso, llevaba toda la mañana así),  con jabón de color verdoso deslizando por su pecho y barriga hacia abajo. El Superpapá corriendo con ella al baño. Una de esas cápsulas de detergente para lavadora reventada junto a ésta, con el consiguiente pringue.

Bueno, no es para tanto, "a la lavadora y punto".

Entonces, el grito de alarma: "Tiene jabón en la boca."

Parece que nuestro trasto había reventado la cápsula con la boca.

Las gárgaras aún están en fase inicial, así que darle agua podía ser contraproducente, al arrastrar más jabón al estómago.

¿Solución?

Niña a la bañera y chorro de agua a la boca. Así sí que escupía. Pero, claro, en el fulgor del momento, Mamá no pensó en la temperatura y el agua fría para hacer gárgaras está bien, pero para ducharse, pues no tanto. Y, como ya estaba llorando desde el primer momento, tardé unos segundos en darme cuenta. Con el cambio de temperatura, no dejó de llorar, pero estaba visiblemente más cómoda.

Una vez estuvo bien aclarada de boca y cuerpo, la envolví en su toalla y empecé a tranquilizarla.

Superpapá: "¿La llevamos al médico?"

Soy de la opinión de que siempre hay que explorar y agotar otras opciones antes de ir a urgencias, así que llamamos al teléfono de intoxicaciones, donde el médico, bastante tranquilo, prescribió una cucharada de leche con aceite.

Como yo sabía que una cucharasa de semejante porquería sólo podía ser escupida, lo intentamos con una jeringa. Escupido.

¿Y con nubes?

Si ya lo decía Mary Poppings, que "con un poco de azúcar"...

Y así se tomó, calculo yo, como 3/4 de cuchara sopera de la pócima.

Poco después, arcadas y todo para fuera.

Ahí llamamos a mi padre, que es otorrino, pero algo sabrá, y nos dijo que, según lo sucedido y los pasos que habíamos seguido, él estaba tranquilo, Que estuviéramos vigilantes, porque igual vomitaba más, y listo.

Ahora el único problema es el mismo que tenemos con tantas otras cosas: ¿Dónde ponerlas para que no puedan  acceder a ellas?

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