domingo, 3 de junio de 2012

Hemos vuelto

Por fin estamos en casa.
Esta semana, cogí a las niñas y nos fuimos a casa de mis padres para dejar a mi marido pegar un empujón a su tesis.
La gente me dice aquello de "qué bien, habrás descansado" y yo me quedo con cara de tonta porque, ¿de verdad la gente descansa en estas situaciones?
Yo, cada vez que saco a las peques de casa, me echo a temblar. No toleran nada bien los cambios, tanto de contexto, como de horarios.
Por supuesto, fuera de su entorno de sueño, comiendo a horas "raras" y con todos los estímulos extra no hay quien las ponga a echar una siesta digna de tal nombre. Como mucho, una cabezadita y ya.
Si a eso sumamos que las noches eran "la fiesta", porque tenía que dormir a las dos en la misma habitación, pero por turnos (con el consiguiente efecto voy-a-despertar-a-la-otra), empezamos mal. Pero eso no es todo, además, la pequeña decidió no dormir más de 40 min. seguidos y ambas se despertaban entre ellas entre las 5:30 y las 6:45 a.m., sin opción a volver a dormirse.
Lo probé todo: Brazos, cantar, paseitos, mimos, echarme con ellas, echarlas conmigo... Nada. Allí no dormía ni el tato.
Y, para colmo, muévete con sigilo, porque mis padres duermen con la puerta abierta y no era plan despertarlos (aunque, a veces, no pudo evitarse).
Una semana. Echa cuentas y tiembla ante la abrumadora pérdida de horas de sueño acumulada por las tres.
Ser una madre agotada con dos bebés echos unos zorros es todo menos relajante.
Estaba deseando volver a casa, cerrar con llave y hacerme fuerte dentro, porque, tendrán días buenos y malos, dormirán mal... lo que quieras; pero me las apaño y desanso más cualquier día regular yo sola en mi casa, que en el mejor de los días "apoyada y ayudada" en casa de mis padres.

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